Rosa mexicano

Rosa Mexicano

Entre los aciertos de este libro está el hecho de que en los once textos que lo forman encontramos una riqueza escritural en varios ámbitos. La diversidad de temas, argumentos o diégesis evitan la monotonía. Y, además, y esto agrega sabor a la lectura, Paola se nos muestra como una narradora capaz de desplegar una rica variedad de registros narrativos.

–Dina Grijalva

Fragmento

Fin del mundo

—No, Bosco. No puedo traer a nadie hasta aquí. Ya te lo dije.

   Es verdad, ya me lo ha dicho muchas veces, pero no pierdo nada con intentarlo otra vez, porque hoy lo daría todo por volver a abrazarla. Tesla se limpia la nariz ruidosamente y entra a la casa, pero me quedo sentado aquí, en el escalón del porche, mirando. No hay mucho que ver en esta tierra yerma, ocre y agotada; sin embargo, me gusta imaginarme el mundo como fue alguna vez: la gente con prisa, el asfalto caliente, la inocente seguridad de que el día soleado sería eterno. Ahora sólo hay polvo, basura y radioactividad.

   Vivimos en un basurero gigante, sí, señor, pero algo es mejor que nada ¿o no? Muy lejos en el tiempo se quedaron los trajes confeccionados a la medida y mi portafolio caro hecho con piel de lagarto, escogido expresamente para morir por el patrón de los matices verdosos de sus piel rugosa; si el infortunado animal hubiera sabido que la belleza de su exterior le causaría la muerte, se habría arrancado el cuero a tiras para luego huir y esconderse. Viene a mi mente aquella noche de la cena de empresa. Sólo lo mejor de lo mejor. Un restaurante sacado de un sueño húmedo, lleno de orquídeas y ademanes suaves, poblado por una especie de geishas silenciosas y serviles que me pusieron al cien. Intenté llevarme una a mi dúplex, porque de eso se trataba vivir en un mundo donde el dinero es el amo: un abanico de posibilidades para elegir, como hacen los niños malcriados. Salí borracho por los litros de un vino carísimo que seguro sabía igual —de bien o de mal, no lo sé—que el de los tetrabricks que bebía el vagabundo con el que me topaba a menudo; un caldo que maridaba a la perfección con los rosados músculos de una vaca japonesa criada con mimo hasta su sacrificio. Para mí la píldora azul, por favor, Morfeo. Quiero seguir soñando…