Descripción

Infiernos alucinantes

Iván Araujo

En los Infiernos Alucinantes puede notarse el influjo poético de Dante bajo un claro sentido: La Divina sugiere que la única forma de cruzar el Purgatorio, el portal para gozar las delicias iridiscentes del Cielo, es Lucifer: encarnación del Mal, lo más siniestro —la traición, en este caso— y la Oscuridad. 

Los protagonistas de los relatos deberán sumergirse en sus propios infiernos —al igual que el héroe de Dante—, para encontrar su destino: desenterrar terribles recuerdos; reflejarse en espejos siniestros; sentir la furia de titanes cósmicos y heraldos negros; experimentar fisuras sobrenaturales y alucinaciones delirantes.

Los Infiernos prometen diversas lecturas: como una antología entrelazada con el miedo, la cual roza —sutilmente—, al menos en ciertos instantes fantásticos, los sagrados y aberrantes tentáculos del horror cósmico; como un homenaje a los universos extraordinarios de los decadentes y las invenciones del romanticismo oscuro; como el legado de inclasificables autores de este y otros continentes, amantes de la rareza que, hasta nuestros días, siguen nutriendo con sus partículas del ingenio el oscuro mar tempestuoso de lo insólito. 

Sin embargo, la última verdad de la palabra, la tiene usted: amable, perverso y apreciable lector. 

El tic tac del hombre reloj

La noche es húmeda y no permite dormir, así que ha salido un rato de casa para buscar el sueño perdido. Las luces largas de las lámparas se levantan sobre la acera, como una línea de antorchas extendida hacia lo lejos, señalando una marcha ritual. El hombre no piensa; esto significa lo mismo que decir: ese hombre piensa en tantas cosas, con la capa sobrante de su inteligencia, sin tomar alguna en serio, mientras las manecillas de su reloj cruzan la línea fronteriza de las doce… Mira de reojo hacia atrás. El miedo paralizante de sentir una presencia distinta a la suya, a mitad de la noche, en una calle que imaginaba desierta, ¡que debería estar desierta!, no le permite girar la cabeza. Un rumor surge de las tinieblas, acechante, acelerando el ritmo de sus pisadas y su corazón; él hace todo lo posible para huir de la escena, alumbrado por la luz enfermiza de las lámparas, como una silueta pálida escapando de la oscuridad. Pareciera que la sombra del perseguidor se aproxima. Escucha sus ecos sincronizados, cada vez más cerca, y espera la fatalidad, pero la sombra se disuelve, distorsionándose sobre los muros y el empedrado, para volver a aparecer, próxima a su cuerpo, tocando, arañándolo. El hombre corre desesperado, escuchando el vértigo del perseguidor, el compás de los engranes de un reloj amenazante, inmenso, cada vez más rabioso.