Descripción

Las flores

Manuel Barroso

Ilustraciones de Marco Ulises Emeséta

En Las flores acudimos a la aterrorizada curiosidad de quien se ha percatado de la amenaza latente en esos silenciosos colores que nos devuelven la mirada, pero que también ha sentido el asombro y la dicha que produce esa tensa relación con lo salvaje: “Es tan humano temerle al bosque, a la selva, a lo silvestre. Crece a nuestro pesar, sin control ni orden. Por eso lo domesticamos, lo ordenamos”, afirma la protagonista, cuyo viaje por la vida corre en paralelo al de las flores que forman parte de los cíclicos rituales de paso humanos: muerte, nacimiento, cortejo, reproducción, nacimiento. Muerte. Las sabe agentes de una vida que, si bien no es bípeda ni cuadrúpeda, es interlocutora de la nuestra: “Cantaban alabanzas al caos natural, que lo es todo, y a la flor cadáver, que es su profeta”. ¿Qué sentimos, por cierto, cuando sabemos de la existencia de esta última? ¿Qué ocurre en nuestro cuerpo y nuestra conciencia cuando sabemos que la Amorphophallus titanum puede alcanzar los dos metros de altura y casi ochenta kilogramos de peso, qué experimentamos cuando su fétido olor a carne podrida nos anuncia su astuta estrategia de supervivencia, su impúdica existencia, tan sexual, viva e inteligente, no inmóvil, sino animada en tiempos tan disímiles a los nuestros? Quizá algo parecido a lo que Jeff Vandermeer atisbó en Aniquilación: “…las sombras del abismo son como los pétalos de una yema monstruosa que florecerá entre las paredes del cráneo y expandirá la mente más allá de lo que un hombre puede soportar…”

Extracto de Presentación de Gabriela Damián

La tercera vez que supe de la invasión fue cuando los anturios y las hortensias de la florería me hablaron. Cantaban alabanzas al caos natural, que lo es todo, y a la flor cadáver, que es su profeta. Las arranqué de sus macetas con tanta fuerza que me lastimé la espalda. Mi hermano me reclamó, yo le grité. Discutimos, subimos la voz, me corrió de su   florería. No volví a verlo hasta que, años después, llegó a mi casa con una maletita y sin trabajo. Mi esposo le dejó quedarse con nosotros dos meses. No es cierto, ya recuerdo. Dejamos de vernos cuando abandonó a mamá, enferma e inmóvil, en el departamento que compartían. Un anturio y una hortensia fueron su despedida.