Descripción
Gotas de la misma batalla
Beatriz Graf
Los distintos escenarios en los que se desarrollan los cuentos de este libro convergen en un punto focal: la llamada Casa de las brujas. Como ocurre también en las novelas El desfile del amor, de Sergio Pitol, y en La Cabeza de la Hidra, de Carlos Fuentes, en este insólito edificio, ícono de la colonia Roma de la Ciudad de México, transcurren historias.
En Gotas de la misma batalla, los departamentos son terrenos de personajes, cuyas vidas se entrelazan para formar un tablero en el que se juegan estados de ánimo y destinos, sentimientos de perplejidad, de soledad o melancolía.
A través de los personajes, de su conflicto personal y la manera de enfrentarlo, Beatriz Graf muestra una obra abundante en experiencias íntimas de encuentros y desencuentros, búsquedas del sentido vital, en un mundo marcado por la fuerza de las emociones.
Advertencia:
Algunos de los personajes de este libro no se pierden al finalizar el cuento. Vuelven a mostrarse en otro tiempo, en otras circunstancias, y siguen su camino.
Un espacio diminuto
I
Clases de Baile Fino de Salón
Alto en el cruce de Álvaro Obregón con Monterrey. No fallaba. Algunos muchachos repartían volantes impresos: Clases de Baile Fino de Salón. La primera vez que Marina recibió este aviso, sonrió: —sería buena idea asistir—. Dejó el anuncio en el tablero del coche y atravesó la avenida. Durante tres días recibió el mismo aviso y las tres veces repitió que sería buena idea.
Fue Amapola quien la entusiasmó hasta sus últimas consecuencias. Iba a ver a Marina para que le prestara un pincel de una medida especial; mientras cruzaba la plaza, y observaba el trasero de la estatua del David, alguien, no supo quién, le dio el volante: Baile Fino de Salón. —Tenemos que ir, es importantísimo, fíjate: dicen que hay límite de cupo, qué tal si nos quedamos fuera nada más por indecisas, yo iría sola, pero, qué tal si me acompañas, dicen que te garantizan que aprendes. ¿Vamos? ¿Verdad que sí?, sé buenita—. Marina se atrevió: —Órale pues, sí, vamos—, y le sorprendió su fácil decisión. Lo platicó a la hora de la cena y, al contrario de lo pensado, ningún miembro de su familia se burló de ella cuando avisó: —Qué creen, voy a tomar clases de danzón los martes y jueves de cuatro a seis de la tarde—. Los dos hijos adolescentes soltaron el «Estás loca», empleado en un nuevo anuncio; como la 20 vez que dijo: —Qué creen, voy a alquilar un estudio en la colonia Roma, en un edificio que tiene cucurucho de bruja y torre, así podré pintar fuera de casa para que Francisca no me interrumpa a cada rato.
Lo de las clases de baile fue casi un alivio para el esposo, así su mujer tendría con quien bailar porque a él no le gustaba y se sentía condenado cada que ella le preguntaba: —¿Bailamos?— y él hacía muecas de a mí no me gusta bailar. En cambio, el marido de Pola sí se enojó mucho; le dijo que ni ella ni Marina tenían edad para esas cosas, cercanas a cumplir los cuarenta era ridículo, fuera de lugar y quién sabe qué más. Amapola le aclaró: —Apenas tenemos treinta y seis— y no le importó el enojo, total, su marido se enojaba por cualquier cosa; esto bien valía la pena de soportar una crítica más…