Descripción
Ataúdes con pasos
Gonzalo Trinidad Valtierra
Ataúdes con pasos es un libro de once cuentos de ruptura sobre lo inhumano y la decadencia, a partir de relatos que escenifican las quebraduras de un mundo que nos descobija, una reproducción casi imaginaria de la realidad, donde se habla sobre la visión descarnada de los usos y costumbres de una parte de la sociedad mexicana.
Con un estilo acerado, sin florituras innecesarias, Gonzalo Trinidad Valtierra es un escritor implacable que tiene el pie plano, pisa parejo; a todos sus personajes les ofrece el mismo trato: su obsesión honesta. No se atreve a emitir juicios de valor sobre ellos, pues estos lejos están de toda esperanza, de toda posibilidad de escapar: la condena ya ha sido dictada. Bajo su escalpelo desfilan una serie de personajes que huyen de un infierno para llegar a otro que mantiene su misma sentencia: una boletera, una estadística más a la cual le mutilaron el yo, madres a quienes le han arrebatado a sus hijas e hijos, una imagen de artista, los amantes que se separan, los que sostienen una duda existencial en un presente preñado de inautenticidad, una duda repicada por la voz imposible del autocastigo, mezclada al vértigo del tiempo que nos indica con su tránsito, con la contingencia innegable de la vida, los que no encuentran su dasein en este mundo, los que viven al día a día, y aquellos que sólo saben que tienen que seguir; seguir hasta encontrar algo que por definición es inalcanzable: vivir intensamente, como quienes tienen un hueco, un vacío que no pueden rellenar.
Extracto de Presentación de Bernardo Barrientos Domínguez
Otro círculo del infierno
Mi razón es menos que animal: desentrañada.
Así se cumple la ley del Talión. Canto XXVIII, La Divina Comedia
I
Los pasajeros se abalanzaron sobre el ratero; hombres en su mayoría, pero también algunas mujeres furiosas. La ventanilla reventó de un balazo. Las esquirlas cayeron sobre mi nuca y espalda. El arma escupió otro par de tiros en pleno forcejeo. Muy cerca de mí había una pasajera muerta. Tendría cuarenta años, cuando mucho; viajaba con su hija, una niña de diez u once años. El ratero, para intimidarla, había apuntado su revólver a la niña. La mujer trató de arrebatarle el arma. Entonces ocurrió la primera detonación —no sólo en el arma, sino en los pasajeros, que saltaron de sus lugares.
—Valiste verga, hijo de tu puta madre —comenzaron a gritar.
Ella se quedó inmóvil, con la blusa teñida de sangre, recargada sobre el pequeño cuerpo de su hija, tratando de protegerla.
De rodillas sobre el asfalto, el ratero tan sólo miraba con horror a sus verdugos, quienes formaron un cerco de odio reconcentrado después de bajarlo a golpes del camión. Los rostros se habían retraído de la frontera humana; desfigurados, clamaban venganza. Un hombre blandía un palo con el que azotó al ratero en la espalda hasta que la vara reventó; las venas en su frente palpitaban con la misma intensidad que los gritos. Una señora le arrancó al ratero un mechón de cabello que le mostró a los demás, como diciendo que planeaba despellejarlo. No era para menos, una mujer estaba muerta y otro pasajero herido…