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Editorial La Tinta del Silencio

El libro como objeto bello

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MARGARITE DURAS, ESA TEJEDORA DE SILENCIOS…

escrito por La tinta del silencio 11 febrero, 2014

margarite duras

El amante, “no tiene centro, ni camino, ni línea”

EL COMIENZO…

-¿Qué quieres?

La niña no contesta. Tal vez no comprenda.

El chino no hace la pregunta, dice:

-El amor, nunca lo has hecho.

La niña no contesta. Intenta contestar. No sabe constestar a eso. El hace un movimiento hacia ella. Por su silencio él nota que ella tendría algo que decir. Algo que ella todavía no sabría decir y de lo que sin duda ella no conoce sino lo prohibido. El dice:

-Te pido perdón…

Miran hacia fuera…

Atraviesan la inmensidad sin hablar.

Hiroshima-mon-amour

LO INEVITABLE…

Es la garconnière.

Es de noche.

El chino ha vuelto de Sadec.

La niña está acostada, no duerme.

Se miran sin hablarse. El chino se sienta en el sillón, no va hacia la niña. Dice: He bebido shum, estoy borracho.

Llora.

Ella se levanta, va hacia él, le desnuda, lo arrastra hasta el estanque. Él se deja. Ella le ducha con el agua de lluvia. Le acaricia, le besa, le habla. El llora con los ojos cerrados, sólo.

En la calle el cielo se ilumina, la noche ya deriva hacia el día. En la habitación, está todavía muy oscuro.

Él dice:

-Antes de ti no sabía nada del sufrimiento… Creía que sabía pero nada.

Repite: Nada.

Ella enjuga ligeramente su cuerpo con la toalla. Dice bajito, para sí misma:

-Así tendrás menos calor… Lo bueno sería no secarte en absoluto…

Él llora muy suavemente sin quererlo. Entretanto insulta a la niña con mucho amor.

-Una pequeña blanca de cuatro cuartos encontrada por la calle… Esto es lo que es… Debería de haber desconfiado.

Él calla y luego la mira y vuelve a empezar:

-Una putita, menos que nada…

Ella se gira para reír. Él la ve y ríe también con ella.

Ella le enjabona. Le ducha. Él se deja. Los papeles se han invertido.

A ella le gusta hacer eso. Así, ella le protege. Le lleva hacia la cama, él no sabe nada, no dice nada, hace lo que quiere ella. Eso le gusta a ella. Le acuesta a su lado. Se desliza debajo de su cuerpo, se cubre con su cuerpo. Se queda allí, inmóvil, feliz. Él dice:

-Ya no puedo hacerte mía. Creía poder todavía. Ya no puedo.

Luego se adormece. Luego vuelve a hablar. Dice:

-Estoy muerto. Estoy desesperado. Tal vez nunca vuelva hacer el amor. Nunca más pueda.

Ella le mira muy cerca. Lo desea muy fuerte. Sonríe:

-¿Lo querías eso, no hacer ya el amor?

-En este momento, sí querría… para guardar todo el amor por ti incluso después de que te vayas y para siempre.

Ella le coge la cara. La estrecha entre sus manos. Él llora. Esa cara tiembla a veces, los ojos se cierran y la boca se crispa. Él no la mira. Ella dice con dulzura:

-Me has olvidado.

-Es el dolor al que quiero. Ya no te quiero a ti. Es mi cuerpo, ya no quiere saber de la que se va.

-Sí. Cuando hablas, lo entiendo todo.

Él abre los ojos. Mira el rostro de la niña. Luego mira su cuerpo. Dice:

-No tienes siquiera pechos…

Coge la mano de la niña y la deja encima del sexo de ella.

-Háztelo tú. Para mí. Para yo ver tu pensamiento.

Ella lo hace. Se miran mientras lo hace. Él la llama pequeña mía, niña mía, luego en un flujo de palabras dice cosas en chino, de ira y de desesperación.

Ella le llama. Ha apoyado su boca en la suya y le llama: Especie de chinito de cuatro cuartos, pequeño criminal…

Se separan el uno del otro. Se miran. Él dice:

-Es verdad, a veces tengo incluso ganas de matar a mi padre.

Dice también:

-Nada más ocurrirá en mi vida sino este amor por ti.

El amante de la china del Norte

Amante, Ahava, Ayun, etimologías del amor que se hacen presentes en la historia de una escritora que no cesa de recordar, de jugar con el tiempo, de recobrar aunque sea con diálogos infímos los lazos de un primer amor que se revuelve en la memoria. Si “el deseo” se hiciera habitable nos otorgaría acariciar con nuestros oídos una escena que se hace constante en “El amante de la China del Norte”, aquí Duras vuelve a tomar por los cuernos esa historia autobiográfica donde la voz de la narradora se desdobla, se regodea en el silencio, en el sufrimiento de una verdad compartida, de un goce de cuatro cuartos…: “Y luego se callan. Y luego se miran”.

Telegrafía de suspiros, de ansiedades que trasladan al lector en un torbellino de olvidos, gestos que se van perdiendo en la borda de dos barcos. Uno es el que inicia la historia, otro será el que lo terminé. “La música había invadido el trasatlántico parado, el mar, la niña, tanto el chico vivo que tocaba el piano como al que se mantenía con los ojos cerrados, inmóvil, suspendido en las aguas pesadas de las zonas profundas del mar…

La niña se ha costado en el suelo debajo de una mesa contra el muro. El que tocaba el piano no la había oído, ni visto. Tocaba sin partitura, de memoria, en el salón apagado, ese vals popular y desesperado de la calle.”

Anais B.

El amante de la china del norte 01

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